jueves, 3 de mayo de 2012

Una decepción a tiempo es una victoria

Hace unos años, después de cortar con un tío del que me había pillado mucho, recuerdo que estuve bastante tiempo pasándolo mal. Lo dejé yo porque veía que él no se implicaba demasiado en la relación, y de hecho cuando se lo dije, él no opuso ninguna resistencia.

Las siguientes semanas quedamos como amigos. Seguíamos hablando por MSN, nos llamábamos, algún SMS… Pero en seguida él se empezó a mostrar frío y distante. Lógico, a mí aún se me notaba demasiado interés y eso le debió agobiar.

Un día, mi hermano mayor tuvo un accidente de moto que casi le cuesta la vida. Aquella noche me conecté al MSN y se lo conté a mi ex. Él tardaba en contestar, no mostró casi ningún interés en el tema y eso me decepcionó tanto que en ese mismo momento le bajé del pedestal en el que le seguía teniendo y corté todo contacto con él sin siquiera comunicárselo. Simplemente le dije educadamente que me tenía que ir, le borré del MSN y nunca más volví a intentar contactar con él. En ese momento sentí un alivio tremendo.

Después de esto, creo que no tardé ni un día en dejar de pensar en él como alguien que me gustara. Luego, al cabo de unos meses, cuando por casualidad me crucé con él y hablamos de nuevo, confirmé que ya no sentía absolutamente nada por él, ni siquiera cabreo. Era una persona que no valía la pena y eso me ayudó a pasar a la indiferencia. Lo había superado.

Con mi último ex me está pasando algo parecido. Hace dos semanas vi que agregaba a un chico nuevo a Facebook. Sospeché, pero más tarde cuando hablé con él, me insistió en que todavía no estaba con nadie.

Este fin de semana, sin embargo, amigos comunes me advirtieron de que mi ex y este chico estaban colgando fotos y poniéndose muchos "me gusta" en Facebook. Rompí el contacto cero para comprobarlo y vi que era verdad, que no estaban disimulando nada que entre ambos hay una historia.

Bien, esto me ha decepcionado tanto que por fin he conseguido bajar a mi ex del pedestal en el que le tenía. Al principio sentí cabreo y ganas de mandarle a la mierda. Pero pensé fríamente y en seguida me di cuenta de que ni siquiera valía la pena hacerle ningún reproche. Yo estoy por encima de todo eso. Siempre le he querido, siempre le he respetado y sé que nunca habría hecho algo parecido en caso de que la ruptura hubiera sido iniciativa mía. No. Yo al menos habría mantenido la discreción.

Además, no necesito saltar de una relación a otra ni buscar sustitutos para no quedarme solo. Da igual si dejas o eres el dejado, las rupturas hay que superarlas estando solo. Una relación de rebote nunca funciona, siempre acabas comparando y eso no es bueno, porque significa que estás pensando en otra persona. A lo mejor es un buen parche momentáneo, pero a la larga te acabas haciendo daño y acabas haciendo daño a terceros. Hacer eso solo demuestra debilidad. Y si encima vas alardeando de tu nuevo amor sabiendo que tu ex se va a acabar enterando, entonces es que además eres muy inseguro.

No hay pedestal que pueda soportar eso.


viernes, 27 de abril de 2012

Nuestra primera crisis

Ayer fue un día raro. No sé si fue el hecho de hablar con él, la determinación con la que he iniciado esta fase de contacto cero o el haber abierto este blog. Pero no me sentí tan mal como en días anteriores. De hecho hasta me sentí bien.

Tengo que decir que en las semanas que han pasado desde que lo dejamos he tenido un montón de altibajos.

La primera semana me sentí relativamente bien. En verano nos había pasado algo similar y habíamos vuelto, así que di por hecho que esta vez me volvería a llamar diciendo que me echaba de menos.

Pongámonos en contexto. Este verano yo estaba en España, nos veíamos todos los días y ahí sí llevaba varias semanas con la sensación de que las cosas no funcionaban. Él estaba apagado, apenas teníamos relaciones sexuales (nunca le apetecía) y cualquier excusa era buena para poner una cara larga (por parte de ambos).

Una tarde en mi casa, después de varios días sin sexo, le propuse subir a la habitación. Su respuesta fue: "¿Para qué?".

No me lo podía creer. Me sentí humillado y le dije que mejor nos fuéramos a tomar algo. Una vez en el bar, fui directo: "Llevas mucho tiempo muy raro, si lo quieres dejar, ten la valentía de decírmelo claramente".

En efecto, lo quería dejar. En aquella ocasión, el pretexto fue que no éramos compatibles. Él no puede aguantar encerrado en casa, necesita hacer cosas constantemente y siempre tiene que estar en compañía de gente. Yo soy todo lo contrario, puedo pasarme un día, y dos, yo solo tirado en el sofá y sin hacer absolutamente nada.

Lo cierto es que él llevaba razón. Aunque yo me había propuesto seguir su ritmo, en aquel momento estaba en paro y tampoco tenía dinero para hacer muchos planes.

Así las cosas, a los dos días me llamó para ver qué tal estaba. Fue el típico tanteo.

Yo no fui del todo sincero, le dije que dentro de lo que cabía estaba bien y que no tenía ningún problema con ser su amigo. Pero en el fondo no estaba nada a gusto con aquella situación. Le echaba mucho de menos y me daba mucha pena terminar así una relación que, con muchos más momentos buenos que malos, había sido maravillosa. Él fue correcto, me dijo que también estaba bien y colgamos amistosamente.

A los dos minutos me vuelve a llamar. "No sé si hago bien diciéndote esto, pero te echo de menos".

Hacerme el duro había dado sus frutos. Con falsa reticencia, empecé diciéndole que no estaba muy seguro, que los dos tendríamos que cambiar muchas cosas y que el camino seguramente no iba a ser fácil. Pero la verdad es que yo quería volver, me moría de ganas de acabar con una situación que me parecía absurda y así terminé confesándoselo al poco rato. Además, solo habían pasado dos días desde que lo dejamos y ninguno de los dos parecía sentir esa pérdida de confianza en el otro que se empieza a experimentar al poco de romper una relación.

El caso es que renovamos nuestros votos, nos hicimos muchas promesas y seguimos adelante con ganas de volver a estar como en los primeros tiempos. Sin embargo, casi de inmediato empecé a notar esa espinita que a uno se le queda clavada cuando su pareja le ha dicho que no le quiere. Mi confianza en él nunca sería la misma.

Ahora echo la vista atrás y me pregunto: "¿Me habría vuelto a llamar si me hubiera visto hundido en la primera llamada?". Nunca lo sabré, pero basándome en lo ocurrido tras esta última ruptura, estoy convencido de que no. Seguramente habría sido lo mejor.

jueves, 26 de abril de 2012

Esto no funciona

Ya ha pasado un mes y 13 días desde que me dejó. Ocurrió como imagino que ocurre en el 99% de los casos: un buen día, te llama y te dice que "esto no funciona". 

Al principio me mostré de acuerdo con la ruptura. Los últimos tres meses habían sido a distancia y la monotonía se había apoderado de nuestro día a día. La rutina era simple: por la mañana cruce de e-mails y por la noche llamadita a través de Skype.

Como decía, el día que me dejó le dije que estaba de acuerdo. Yo llevaba un tiempo bastante quemado con la relación y, sobre todo, con su actitud negativa ante la vida. Por un lado, en sus e-mails se mostraba muy animado y todo eran "te quieros" y "te echo de menos". Pero cuando hablábamos por Skype, casi siempre estaba apagado y deprimido, quejándose de sus problemas en el trabajo o de que todos sus amigos estaban en otra ciudad… 

No puedo decir que yo haya sido la alegría de la huerta. Al revés, siempre he sido el seco de la relación, el que se dejaba querer, por así decirlo. Pero soy bastante más positivo y tengo más capacidad para abstraerme de los problemas. 

El caso es que las cosas, evidentemente, no iban bien.

Cuando me dijo que lo quería dejar tampoco me sorprendió mucho. Él llevaba cuatro días bastante raro. El sábado no dio señales de vida en todo el día. El domingo le llamé pero no me cogió el teléfono, así que le mandé un mensaje diciendo que estaba preocupado. Me llamó acto seguido para decirme que estaba bien, de resaquilla en casa de unos amigos míos con los que había salido de fiesta la noche anterior.

Por la tarde me envía un e-mail disculpándose por haber estado desaparecido y repitiendo que todo está bien, pero evita terminarlo con el habitual "te quiero".

El lunes por la mañana, nuevo e-mail. Tampoco hay "te quiero". Esta vez, en mi respuesta, le digo medio en broma que yo le sigo queriendo, aunque él ya no me lo diga.

Esa noche no hablamos por Skype. Al día siguiente otro mensaje: "¿Qué tal? Ayer me quedé dormido y por eso no pudimos hablar. Mi día bien. Mucho trabajo. Bla, bla. Un beso". 

Ni "te quiero" ni referencia alguna a la broma que le había hecho el día anterior. Ahí me mosqueo y huelo que algo está a punto de pasar.

Llega la tarde. Me llama por Skype.


     Él: "Hola, ¿qué tal?"
     Yo: Bien, aquí haciendo unas cosas para el trabajo, ¿y tú?"
     Él: "Pues mal".
     Yo: "¿Qué pasa?"
     Él: "Esto no funciona"

Pataplam. Lo sabía. 

Seguimos hablando un rato, convenciéndonos el uno al otro de que la cosa va mal y bastante fríos los dos. Le pregunto si hay otra persona, me dice que no y yo le creo. Le digo que tengo que seguir trabajando y nos despedimos con un "bueno, ya hablaremos".

Aunque yo ya me lo olía, me molestó bastante que me lo soltara a través de Skype. Me quedaba una semana y media para ir a visitarle a España y pensé que una relación de dos años llena de momentos preciosos no se merecía un final tan poco respetuoso. Al menos hablar las cosas en persona, dando la cara.

Desde entonces, como he dicho al principio, ha pasado un mes y 13 días. En ese tiempo he hecho lo que hace la típica persona a la que han dejado: he llorado, me he enfadado con él, me he arrastrado, le he odiado, le he echado de menos, le he dejado de hablar, me he vuelto a arrastrar y he perdido cerca de 8 kilos. Hoy, después de hablar con él por última vez, he iniciado el famoso contacto cero. No más mensajes. No más llamadas. No más redes sociales. Ahora que lo pienso, aún no le he borrado de Skype.

Hecho.